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Al salir con las yuntas
los criados de Pedro,
el corral se dejaron
de par en par abierto.
Todos los pavipollos
con su madre se fueron,
aquí y allí picando,
hasta el cercano otero.
Muy contenta la pava
decía a sus polluelos:
«Mirad, hijos, el rastro
de un copioso hormiguero.
Ea, comed hormigas,
y no tengáis recelo,
que yo también las como:
es un sabroso cebo.
Picad, queridos míos:
¡Oh qué días los nuestros,
si no hubiese en el mundo
malditos cocineros!
Los hombres nos devoran,
y todos nuestros cuerpos
humean en las mesas
de nobles y plebeyos.
A cualquier fiestecilla
ha de haber pavos muertos.
¡Qué pocas navidades
Contaron mis abuelos!
¡Oh glotones humanos,
crueles carniceros!»
Mientras tanto una hormiga
se puso en salvamento
sobre un árbol vecino
y gritó con denuedo:
«¡Hola! con que los hombres
son crueles, perversos;
¿Y qué seréis los pavos?
¡Ay de mí! ya lo veo:
A mis tristes parientes,
¡Qué digo! a todo el pueblo
sólo por desayuno
os le vais engullendo.»
No respondió la pava
por no saber un cuento,
que era entonces del caso,
Y ahora viene a pelo.
Un gusano roía
un grano de centeno:
véronlo las hormigas:
¡Qué gritos! ¡Qué aspavientos!
«Aquí fue Troya, dicen:
muere, pícaro perro»;
Y ellas ¿qué hacían? Nada:
robar todo el granero.
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