«Callen todos los perros de este mundo donde está mi Palomo; es fiel, decía el amo, sin segundo, y me guarda la casa... Pero ¿cómo?
Con la despensa abierta le dejé cierto día: en medio de la puerta, de guardia se plantó con bizarría.
Un formidable gato, en vez de perseguir a los ratones, se venía, guiado del olfato, a visitar chorizos y jamones.
Palomo le despide buenamente; el gato se encrespa y acalora; riñen sangrientamente, y mi guarda jamones le devora.»
Esto contaba el amo a sus amigos, y después a su casa se los lleva a que fuesen testigos de tal fidelidad en otra prueba.
Tenía al buen Palomo prisionero entre manidas pollas y perdices; los sebosos riñones de un carnero casi casi le untaban las narices.
Dentro de este retiro a penitencia el triste fue metido, después de algunos días de abstinencia.
Al fin, ya su señor, compadecido, abre con sus amigos el encierro: sale rabo entre piernas, agachado; al amo se acercaba el pobre perro, lamiéndose el hocico ensangrentado.