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La Bella, agradablemente sorprendida, tendió su mano al hermoso príncipe para que se levantase. Se encaminaron después al castillo, y la joven creyó morir de dicha cuando encontró en el gran salón a su padre y toda la familia, a quienes la hermosa dama que viera en sueños había traído hasta allí. —Bella, le dijo esta dama, que era un hada poderosa, ven a recibir el premio de tu buena elección: has preferido la virtud a la belleza y a la inteligencia, y por tanto mereces hallar todas estas cualidades reunidas en una sola persona. Vas a ser una gran reina: yo espero que tus virtudes no se desvanecerán en el trono. Y en cuanto a vosotras, señoras, agregó el hada, dirigiéndose a sus hermanas, conozco vuestro corazón y toda la malicia que encierra. Convertíos en estatuas, pero conservad vuestra razón adentro de la piedra que va a envolveros. Estaréis a la puerta del palacio de vuestra hermana, y no os pongo otra pena que la de ser testigos de su felicidad. No podréis volver a vuestro primer estado hasta que reconozcan vuestras faltas; pero me temo mucho que no dejaréis jamás de ser estatuas. Pues uno puede recobrarse del orgullo, la cólera, la gula y la pereza; pero es una especie de milagro que se convierta un corazón maligno y envidioso. En este punto dio el hada un golpe en el suelo con una varita y transportó a cuantos estaban en la sala al reino del príncipe. Sus súbditos lo recibieron con júbilo, y a poco se celebraron sus bodas con la Bella, quien vivió junto a él muy largos años en una felicidad perfecta, pues estaba fundada en la virtud.
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