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Y, al oscurecer, entró en la habitación del principito. Presentóse la Reina a media noche y dijo: «¿Qué hace mi hijo?. ¿Qué hace mi corzo?. Vendré otra noche, y ya nunca más». Y después de atender al niño como solía, desapareció nuevamente. El Rey no se atrevió a dirigirle la palabra; pero acudió a velar también a la noche siguiente. Y dijo la Reina: «¿Qué hace mi hijo?. ¿Qué hace mi corzo?. Vengo esta vez, y ya nunca más». El Rey, sin poder ya contenerse, exclamó: -¡No puede ser más que mi esposa querida!. A lo que respondió ella: - Sí, soy tu esposa querida. Y en aquel mismo instante, por merced de Dios, recobró la vida, quedando fresca, sonrosada y sana como antes. Contó luego al Rey el crimen cometido en ella por la malvada bruja y su hija, y el Rey mandó que ambas compareciesen ante un tribunal. Por sentencia de éste, la hija fue conducida al bosque, donde la destrozaron las fieras, mientras la bruja, condenada a la hoguera, expió sus crímenes con una muerte miserable y cruel. Y al quedar reducida a cenizas, el corzo, transformándose de nuevo, recuperó su figura humana, con lo cual el hermanito y la hermanita vivieron juntos y felices hasta el fin de sus días.
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